Ambas, la lógica y la razón, han sido nuestras compañeras en la búsqueda de sentido desde los primeros momentos en que la humanidad comenzó a cuestionarse sobre su lugar en el mundo.
Nos enseñan a trazar caminos mentales, a organizar el caos y a encontrar una coherencia en lo que parece inabarcable. A pesar de eso, cuando me detengo a reflexionar, siento que ambas son más misteriosas de lo que parecen a simple vista. Lo que en un principio surge como una herramienta de claridad, de orden y estructura, pronto se revela como un territorio lleno de enigmas.
La lógica, al desnudar el pensamiento, me ayuda a comprender el mundo y, al mismo tiempo, me recuerda lo mucho que permanece fuera de mi alcance.
Mientras más trato de encerrar la realidad en las reglas del razonamiento, más claro se vuelve que la realidad misma parece escapar a esos límites. Hay algo indomable en la experiencia, algo que la lógica no logra atrapar del todo ¿Es la lógica un reflejo imperfecto de nuestras aspiraciones de control? ¿O es un puente, una herramienta necesaria pero incompleta, que nos guía hacia una verdad que nunca será completamente nuestra?
La razón nos invita a establecer certezas, a construir una visión del mundo en la que todo sigue un orden lógico.
Pero a medida que avanzamos en esa construcción, surgen preguntas que desbordan cualquier respuesta fácil. Si todo tiene una explicación racional, ¿por qué sentimos que hay algo más allá de las explicaciones? ¿Por qué, al final, lo que buscamos es algo que la lógica por sí sola no parece poder ofrecer?Quizás el mayor misterio de la lógica reside menos en su capacidad para llevarnos a la verdad y más en su habilidad para mostrar los límites de esa verdad. Al observar este juego entre lo que podemos comprender y lo que parece resistirse al entendimiento, encuentro que la lógica no es una respuesta definitiva, es un camino de exploración.
Nos acerca al conocimiento, pero también nos abre a la duda.
Nos enseña que por más que intentemos reducir el universo a principios y reglas, siempre quedará una parte velada, un rincón oscuro que la razón no ilumina completamente. Y en ese rincón oscuro reside el misterio, algo que no necesita ser resuelto, creo firmemente en que deberá ser vivido.
La razón, en su profunda relación con la lógica, es un acto de humildad.
Nos recuerda que el mundo no es tan simple como podríamos desear. Las categorías, los conceptos, las reglas son útiles y necesarios, pero también insuficientes. No pueden contener la totalidad de la experiencia humana. Y tal vez, en esa insuficiencia, en ese vacío que queda entre lo que podemos entender y lo que no, encontramos el verdadero poder de la razón: la apertura al misterio.
Los misterios de la lógica y la razón no son obstáculos que superar, son compañeros en nuestra búsqueda.
Nos invitan a seguir preguntando, a seguir explorando, conscientes de que cada respuesta abre nuevas incógnitas. Y es ahí, en ese ciclo interminable de búsqueda y descubrimiento, donde reside el verdadero asombro. Porque la razón, lejos de ser la meta final, marca el inicio de un viaje continuo hacia lo desconocido, una danza infinita entre lo que creemos saber y lo que siempre quedará por descubrir. Miguel Alemany