Fluye

He aprendido que la vida, en su esencia más profunda, se mueve en ritmos que no podemos controlar.

Todo fluye, todo cambia. Al resistir ese flujo, sentimos cómo las fuerzas que nos rodean parecen arrastrarnos, empujarnos, golpearnos hasta quebrarnos a lo largo de los años, he descubierto que la mayor fuente de sufrimiento está menos en lo que nos sucede y más en la rigidez con la que enfrentamos lo inevitable.

Esa resistencia, esa dureza ante el cambio, llena de angustia, porque luchamos contra la corriente natural de las cosas.

El sufrimiento brota cuando nos cerramos ante lo que la vida trae, cuando intentamos aferrarnos a lo que creemos seguro o predecible. Nos volvemos rígidos, como una piedra que desafía las olas, desgastándonos poco a poco, sintiendo que el peso del mundo recae sobre nosotros. Esa dureza, ese afán de control, es una barrera que nos aísla de lo que realmente somos.

Nos alejamos de nuestra propia esencia, esa parte de nosotros que anhela moverse libre, ligera, abierta al fluir de la existencia.

He sentido la tensión de resistir el cambio, la frustración de querer que las cosas permanezcan inalterables. Pero en esos momentos de lucha, he comprendido algo profundo: la vida no es una batalla que hay que ganar, es un río que hay que navegar.

Y en el acto de fluir, encontramos una libertad que la rigidez jamás nos ofrecerá.

Fluir es abrazar lo que viene, es confiar en que el movimiento es natural y necesario, es reconocer que cada curva, cada corriente, trae consigo una lección. Fluir no es ceder, no es renunciar a nuestros sueños o a quienes somos. Es, más bien, un acto de profundo respeto hacia nosotros mismos y hacia la vida. Al fluir, aceptamos que somos parte de un todo mayor, de un proceso que va más allá de nuestra comprensión inmediata. En cada cambio, en cada giro inesperado, se esconde una oportunidad para crecer, para aprender, para descubrir partes de nosotros que quizás habíamos olvidado.

He aprendido que la flexibilidad nos da fortaleza.

Que el árbol que se inclina ante el viento permanece en pie, que la corriente que se adapta encuentra su camino incluso entre las rocas más duras. Así, nosotros, al permitirnos fluir, descubrimos una fuerza interior que nos lleva más allá de nuestras propias limitaciones. Es en ese fluir donde se abre un espacio de paz, donde encontramos un refugio en medio del caos, al dejar de luchar contra lo que es y movernos con ello.

A veces, sentimos miedo ante la incertidumbre. Nos asusta soltar el control, porque creemos que, si dejamos de resistir, perderemos el rumbo. Pero lo que realmente he aprendido es que, al soltar, al confiar en el proceso, encontramos un camino más auténtico, más cercano a quienes somos en lo profundo.

El fluir nos lleva, lejos de alejarnos de nosotros, hacia el centro de nuestra verdadera esencia.

Invito a quien lee estas palabras a reflexionar sobre la manera en que enfrenta el cambio. Tal vez, como yo, hayas sentido la tentación de endurecerte, de armarte contra el mundo, creyendo que esa es la única forma de sobrevivir. Pero hay otra manera, más liviana, más llena de posibilidades: fluir. Abrir el corazón al movimiento, permitir que las emociones, los desafíos, las alegrías, todo lo que la vida trae, nos atraviesen y nos transformen.

Cuando fluimos, nos permitimos ser vulnerables.

Y en esa vulnerabilidad, encontramos una fuerza que nace de la apertura, de la confianza, de la profunda certeza de que, pase lo que pase, estamos en el lugar correcto, en el momento adecuado. Todo en la vida tiene su ritmo, y nosotros somos parte de esa danza. He comprendido que fluir me aproxima a la paz. No esa paz que surge de evitar el conflicto, aquella que nace del abrazo al presente tal como es.

Al fluir, descubrimos que no necesitamos controlar todo para sentirnos en armonía, porque en el fondo, la verdadera sabiduría está en dejar que la vida nos guíe, en soltar las amarras que nos atan al miedo, a la rigidez, a la resistencia. Fluir es vivir. Vivir de verdad, con la certeza de que, aunque el camino sea incierto, somos capaces de recorrerlo. Miguel Alemany

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